MEDIO SIGLO DE "LA GLORIOSA"



José María Velasco Ibarra regresa del exilio entre los aplausos de la multitud.


En la madrugada del 28 de mayo de 1944, estalló en Guayaquil una gran revolución popular y nacionalista, a la que el pueblo bautizó espontáneamente como "La Gloriosa".
Sintonizados en un común afán patriótico, civiles armados y ejército rodearon los cuarteles de la policía de carabineros, brazo armado de la dictadura arroyista, y combatiendo reciamente pusieron fin a esa pequeña tiranía que se enmascaraba bajo la apariencia de un gobierno constitucional. De otra parte, el pueblo asaltó los cuarteles de la pesquisa, liberó a los presos políticos y arrastró por las calles del país a los miembros de esa Gestapo criolla. En la culminación de la jornada, se constituyó un Gobierno interino con la presencia de todas las fuerzas patrióticas del país: socialistas, comunistas, velasquistas, arnistas, conservadores, independientes y hasta liberales anti-arroyistas.
Surgida de la más honda entraña del país, esa revolución era la respuesta que un pueblo humillado y ofendido daba a sus ofensores internos y externos. Era la tardía pero indomeñable reacción de una nación frente a la invasión militar extranjera y el despojo territorial impuesto por el invasor. Por lo mismo, en ella se expresaban esas fuerzas profundas del ser nacional, que normalmente permanecen en calma y no se agitan ni siquiera frente al vendaval de las pasiones políticas, pero que se alzan terribles cuando alguien amenaza la supervivencia misma de la nación.
El destino superior de esa revolución nacionalista era, pues, la afirmación del espíritu nacional, de la "voluntad de ser" de lo ecuatoriano. Pero los recursos con que la nación contaba eran exiguos, tras décadas de crisis económica e inestabilidad política.
De pronto, el país reflexionaba sobre su pasado y hallaba que su esfuerzo de más de un siglo, por construir un Estado libre e independiente, se había estrellado contra una conjunción de fuerzas negativas: el egoísmo regionalista, el odio político, la incapacidad de las élites dirigentes y, desde luego, las ambiciones expansionistas de los países vecinos.
El país también hallaba que algo similar había ocurrido en su economía: casi dos siglos de esfuerzo nacional habían levantado una boyante economía agroexportadora, cuyo símbolo mayor era el cacao, la "pepa de oro". Empero, ¿qué le había quedado al Ecuador de esa fabulosa riqueza? Casi nada: unas cuantas calles adoquinadas en las principales ciudades, unos pocos edificios públicos de arquitectura neoclásica o modernista, otros tantos palacetes oligárquicos, adornados con "art noveau" europeo, y -cosa absurda- una abultada deuda externa... Lo demás, la verdadera riqueza acumulada en ese auge exportador, se había quedado en el exterior, en las cuentas bancarias y mansiones que el "Gran Cacao" guayaquileño mantenía en Europa, donde sus familias vivían en la opulencia, asombrando al mundo con su derroche o sus locas aventuras financieras. Así, mientras los "Gran Cacao" ecuatorianos financiaban el ferrocarril París-Estambul, el famoso "Expreso Oriente", o la guerra ruso-turca, el país que los había enriquecido se moría de hambre y no podía ni siquiera comprar armas para su defensa.
Entonces, abismado ante su propia miseria, horrorizado de su propio atraso, el renaciente Ecuador se lanzó a la búsqueda de nuevas rutas hacia el porvenir. Algunos ecuatorianos, patriotas pero desmesurados, creyeron que el destino nacional era prepararse para la revancha militar contra el Perú. Otros, patriotas y paralelamente sensatos, vislumbraron que el futuro nacional pasaba por la construcción de una sólida identidad nacional, que solo podía levantarse sobre los cimientos vigorosos de nuestra propia cultura. Así, en ese contexto y bajo esa inspiración patriótica, profundamente nacionalista, fue que Benjamín Carrión levantó su teoría de que el Ecuador, imposibilitado de ser una potencia militar, debía convertirse en una pequeña potencia de la cultura.






Un grupo de políticos guayaquileños que apoyaron "La Gloriosa": entre   otros, Francisco Arízaga Luque, Pedro Saad y Armando Espinel Mendoza.


LA HERENCIA HISTORICA DE LA REVOLUCION DE MAYO

Esa "idea-fuerza" de la búsqueda de identidad nacional tuvo su mayor expresión en la creación de la Casa de la Cultura Ecuatoriana. Solo así se explica que la Casa haya sobrevivido a la revolución que la engendró, finalmente traicionada por el autoritarismo velasquista. Solo de este modo puede entenderse el amplio espíritu democrático con que la institución nació, abierto a todas las ideas, tendencias intelectuales e "ismos" artísticos del mundo, y gracias al cual la Casa terminó siendo un símbolo de la identidad ecuatoriana y un espacio para la unidad nacional. Por eso, en aquel espacio convivían, en sana emulación ideológica y humana, izquierdistas de la talla de Benjamín Carrión, Ricardo Paredes y Oswaldo Guayasamín junto a derechistas del nivel de Jacinto Jijón Caamaño; masones eminentes, como Carlos Rodríguez o el mismo Carrión, junto a sacerdotes sabios, como el jesuita Aurelio Espinoza Pólit.
Otra positiva herencia de "La Gloriosa" fue la creación de la Confederación de Trabajadores del Ecuador (CTE) y de la Federación de Estudiantes Universitarios del Ecuador (FEUE). Y fue positiva porque la presencia de estas organizaciones vino a democratizar en parte la vida nacional.
Hasta entonces, los únicos actores de la vida pública ecuatoriana habían sido los partidos políticos y el país carecía de organizaciones sociales que representaran a los sectores populares y expresaran las aspiraciones de lo que hoy llamamos "sociedad civil". La CTE y la FEUE vinieron a cumplir ese papel democrático y con su acción empezaron a contrapesar, de alguna manera, la presencia de los grupos de presión oligárquicos. Se convirtieron en la voz de los que no tenían voz. Y el periódico "Surcos", de la FEUE, surgió como el primer medio de comunicación alternativa del Ecuador. Ello explica que la contrarrevolución velasquista se haya iniciado con la persecución a la CTE y a la FEUE y con la clausura de ese periódico estudiantil.

¿QUE PASO CON LA HERENCIA DE "LA GLORIOSA"?

Cincuenta años después del triunfo de "La Gloriosa" se impone una reflexión sobre el destino final de ese gran movimiento popular y nacionalista, y sobre la actual situación de la herencia histórica que nos legó. Al fin y al cabo, el mejor servicio que la ciencia de la historia puede prestar a los pueblos es el de ayudarles a comprender su pasado, para apoyar la búsqueda de un más generoso porvenir.
Creo que conviene comenzar preguntándonos: ¿cuan significativo fue el aporte de "La Gloriosa" a la historia ecuatoriana?
Opino que el suyo fue un aporte mayúsculo, que se manifestó en varios campos. En lo sico-social, sustituyó al trauma de la derrota militar y el despojo territorial por un renovado impulso de autoafirmación nacional. En lo político, abrió la mente de las élites ecuatorianas a la luz de una moderna conciencia nacionalista y, adicionalmente, enriqueció la vida pública con la presencia de nuevos actores sociales. Y, en lo cultural, creó un espacio institucional para la cultura y afirmó la rica vocación creativa del pueblo ecuatoriano.
Precisamente en razón de lo dicho, la segunda, inevitable pregunta es: ¿qué pasó con la herencia de "La Gloriosa"?
La respuesta es compleja, pero creo que podríamos sintetizarla en una frase concreta: cumplida su tarea histórica inmediata, esa herencia se devaluó, como tantas otras cosas de nuestro país. Desde luego, esa herencia (es decir, el ánimo espiritual, el ejemplo humano, las instituciones creadas) no debía agotar su función en las tareas del corto plazo. Por el contrario, su destino más alto era la supervivencia y enriquecimiento de esa nueva conciencia de lo ecuatoriano.
Mas, como sucede en ocasiones, la generación que hizo esa revolución no alcanzó a sembrar sus anhelos en las generaciones más jóvenes, ni logró preservar su herencia histórica de los embates y distorsiones del futuro.
Vinculada casi irremediablemente a la suerte del llamado "socialismo real", la CTE terminó asimilando el modelo burocrático de los países comunistas, en el cual las cúpulas directivas sustituyen a la clase y las camarillas a las cúpulas. Al fin, fue perdiendo fuerza frente a nuevas centrales sindicales que emergieron y terminó por ser una más de las varias organizaciones laborales del país, y ni siquiera la más grande de ellas. Hoy, refundida en el FUT, casi ni suena ni truena...
A su vez, siguiendo el camino de reivindicaciones que le había sido marcado desde sus orígenes, la FEUE fue radicalizando progresivamente sus posiciones y aislándose de la opinión pública, todo ello gracias a la manipulación sectaria de ciertos "partidos universitarios". El resultado final ha sido una FEUE desprestigiada y debilitada al máximo, que ya no asusta a los gobierno sino que se limita a aterrorizar con sus pedradas a los pobres automovilistas que pasan cerca de las universidades estatales.
Adrede hemos dejado para el final el análisis de la Casa de la Cultura Ecuatoriana, en razón de su carácter nacional.
Tal como hoy están las cosas, la Casa tiene que ser rescatada de sus ruinas para volverla a poner al servicio del país. Pero ese rescate, por su dimensión y trascendencia, no podrá ser hecho por ningún hombre ni grupo aislado sino por el esfuerzo colectivo de la actual generación intelectual, la que previamente deberá definir cuál es el horizonte de futuro al que quiere llevar a la institución.
Por otra parte, ese rescate de la Casa tiene que ser integral. Hay que rescatarla de la inopia burocrática e insuflarla nuevamente de pasión intelectual y afán creativo. Hay que rescatarla de todo sectarismo, intelectual o partidario, y devolverle su espíritu original: amplio, democrático, hospitalario para con todas las ideas. Hay que rescatarla de las pequeñas triquiñuelas legales que ciertos dirigentes le incorporaron en la década pasada, y por las cuales la Junta Plenaria original, constituida por todos los miembros de la Casa, fue sustituida por una "Junta Plenaria de bolsillo", donde cualquiera que tenga diez amigos puede hacerse elegir Presidente de la institución. Hay que rescatarla, en fin, de la somnolencia de la vieja guardia intelectual, que ha puesto en hibernación a la mayoría de las secciones académicas, y abrirla a la inquietud creadora de la juventud, único camino posible para su pleno y definitivo restablecimiento.
El rescate de la Casa de la Cultura Ecuatoriana equivaldrá a un rescate del más genuino espíritu de "La Gloriosa", esa revolución traicionada, pero cuyas cenizas arden todavía.

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