EL TERREMOTO DE 1797
Restos de la iglesia de La Compañía, tras el terremoto de Ibarra.
Nuestra “avenida de los volcanes” muestra, sin duda, uno de los más imponentes espectáculos de la naturaleza. A lo
largo de todo el callejón interandino, dos cordilleras coronadas de nieve se disputan el cetro de la belleza natural y la primacía de las altas cumbres andinas. Pero bajo esa nieve reluciente palpita el fuego original del mundo, y, cuando este estalla, causa terribles estragos en la vida de los hombres. Fue lo que ocurrió en nuestro país el 4 de febrero de 1797.
Aquella mañana de invierno había amanecido especialmente oscura y gris, pero nada hacía sospechar que se aproximaba un desastre natural. De pronto, entre siete y ocho de la mañana ocurrió en un formidable terremoto, de cuatro a cinco minutos de duración y de carácter ondulatorio, que afectó a la sierra central y a la parte próxima de la hoya amazónica. Muchos habitantes de nuestras ciudades andinas salieron despavoridos a las calles y lograron salvarse de la hecatombe. Otros murieron aplastados por sus casas. Y como era domingo, bastantes más perecieron entre las ruinas de los templos, donde se hallaban asistiendo a misa.
Dado el carácter del sismo y su duración, la destrucción material fue terrible. Riobamba quedó prácticamente borrada de la faz de la tierra por el terremoto, a lo cual se agregó que el cerro de Cullca, situado junto a la ciudad, fue desencajado de su asiento y sepultó a la mayor parte de las ruinas causadas por el movimiento terráqueo. Además, según los informes oficiales, en esta ciudad murieron los dos Alcaldes ordinarios y la mayoría del Ayuntamiento, y solo sobrevivieron “como la octava parte de la nobleza y una mitad de la plebe”.[1]
Ambato, Latacunga y Guaranda quedaron semidestruidas, pero muchas poblaciones de su jurisdicción desaparecieron o quedaron gravemente arruinadas, igual que otros asientos de los Corregimientos de Riobamba y Guaranda y de la Tenencia de Alausí. También quedó destruido el camino de San Antonio, que atravesaba el Corregimiento de Guaranda y vinculaba a Guayaquil y Quito. En esta última ciudad, fueron desbaratadas las torres de la Catedral, Santo Domingo, La Merced y San Agustín y quedaron cuarteados muchos edificios públicos y casas de habitación; cosa similar ocurrió en los pueblos aledaños a la capital: en la iglesia de El Quinche, se partió el cuerpo piramidal en que remataba la torre y cayó al suelo, mientras otras iglesias quedaron cuarteadas y semidestruidas. Alausí y los pueblos de su jurisdicción quedaron en tierra y reportaron un gran número de muertos.
No solo fueron arruinadas las ciudades y pueblos sino también grandes extensiones del campo, por causa del paso de la lava y el lodo volcánico, de la fractura o deslizamiento de los terrenos y de los deslaves que represaron varios ríos de la zona y fueron, a su vez, causa de inundaciones y avalanchas de agua, que arrasaron luego con casas, cultivos y seres vivos.
El Presidente y Capitán General de la Audiencia de Quito, don Luis Muñoz de Guzmán, se hallaba descansando en una propiedad campestre de El Quinche cuando acaeció el terremoto, con una “ondulación muy gruesa, tanto que se tenía trabajo en sostenerse en pie”, según escribió.
Como efecto secundario del terremoto, todo fue confusión en la región central del país. Empero, poco después empezaron a llegar a Quito informes de autoridades locales y testigos, que sirvieron para que el gobierno redondeara una idea cabal de las causas y alcances del desastre. Algunas gentes de Quito afirmaban que el movimiento telúrico “vino del lado del Pichincha”, y agregaban: “Empezó lento, pero apuró después tanto su movimiento que no se ha visto igual en Quito, ni más largo. Poco después del temblor hizo un estruendo que denotaba erupción... y según el celaje se teme repetición. Han padecido detrimento todas las casas y templos”.[2]
Las noticias que iban llegando a las autoridades desde el centro del país eran terribles: Se decía que los montes de las cordilleras se habían derrumbado sobre el callejón interandino. Que habían muerto la mayoría de los pobladores de varias ciudades. Que todos los cerros habían vomitado fuego, lava y lodo hediondo.
Juan Frías, vecino del pueblo de Guano, testimonió que la onda sísmica lo alcanzó mientras andaba cerca de Ambato y que fue arrojado al suelo con su caballo por tres o cuatro veces, y que luego vió que “el cerro de Igualata se abrió por cinco partes, despidiendo por las bocas que abrió llamaradas de fuego y ríos de lodo envueltos con el fuego, los que habiendo tomado el Camino Real lo aterrorizaron...”, agregando que “por donde pasaba (la lava) asolaba cuanto encontraba: casas, heredades y ganados”.[3]
LOS INFORMES OFICIALES SOBRE EL SINIESTRO
Pocos días más tarde del desastre empezaron a llegar a Quito los infomes oficiales de los corregidores del distrito, que en las semanas y meses posteriores siguieron enviando información cada vez más detallada sobre los resultados del terremoto. Gracias a esa documentación, guardada celosamente en los archivos quiteños y españoles, los historiadores podemos reconstruir con bastante fidelidad los distintos aspectos del siniestro.
Los primeros informes en llegar a Quito fueron los de los corregidores de Ambato y Riobamba, don Antonio Pástor y don Vicente Molina. El primero de ellos fue rescatado de entre las ruinas de su casa un par de horas después del siniestro e inmediatamente envió al presidente Muñoz un postillón con el aviso de la destrucción parcial de esa ciudad. El Corregidor de Riobamba, por su parte, recién pudo informar al gobierno diez días después del desastre, a causa de la total destrucción de los caminos en su distrito. En su informe opinaba que “él origen, ó fuente de los males, es el Bolcán de Macas, fundado en que el ruido subterráneo percivian que venia de acia aquel lado, a lo que se agrega que de cuatro a seis Años a esta parte se han dejado oir en él truenos internos (que el bulgo llama bramidos) continuadamente”, agregando que “alguna comunicación con Tunguragua ha propagado los efectos de su reventazón, pues han bomitado agua y lodo negro de muy mal olor los cerros llamados Igualata, y el Altar: el primero arrastró con su lodo parte de las inmediaciones del Pueblo de Guano y del de Cubijíes.”[4]
Al otro lado de la cordillera occidental, en el cercano Corregimiento de Guaranda, el terremoto fue “tan efectivo que a los primeros movimientos puso en el suelo quasi todos los edificios y dejó los restantes inservibles... sin que hubiese quedado iglesia alguna en pie en todas las parroquias, a excepción de una pequeña capillita que se titula Nuestra Señora del Guayco, y la iglesia del pueblo de Simiátug”, según informó el corregidor Gaspar de Morales.[5] En cuanto al camino de San Antonio Tariragua, por el que se comunicaban Quito y Guayaquil, informaba hallarse destruido, “por que los despeños son tales que no solo han arruynado los caminos, pero han partido los serros y trastornado a las profundidades, ríos, quebradas.” Concluía el informante indicando que hasta la fecha de su comunicación (el 8 de febrero) no cesaban los temblores y que él y los sobrevivientes se hallaban refugiados en “una desdichada chosilla malformada de quatro palos y un poco de paja”. Posteriormente, en una de sus numerosas comunicaciones, este corregidor informaría que en su distrito el siniestro causó un total de 57 muertos, de los cuales 17 blancos y mestizos y 40 indios.[6]
Los terremotos han sido fenómenos importantes en nuestra historia
y en la formación de nuestras mentalidades colectivas.
Quince días después de la catástrofe, mientras la tierra seguía temblando en muchos lugares, el presidente Muñoz pudo reunir variados testimonios, hacerse una idea cabal de los estragos causados por ésta y enviar al rey un primer informe sobre la situación. Tras dar los datos generales del siniestro y detallar los daños causados en la jurisdicción de Quito, exponía en su texto:
“Hasta aquí nada hay que no sea muy ordinario en los temblores de tierra, (pero) lo que se hará increible acaso es el trastorno de los altos Montes de estas Cordilleras; de modo, que todo el terreno contenido entre los Bolcanes Cotopaxi, Tunguragua, y Macas, há trastornado su faz, levantandose a esfuerzos de un impulso perpendicular el terreno, y desquiciando de su fundamento los Montes mas altos que se comprendían en él.
De éste trastorno han resultado arruinados los pueblos todos de los Corregimientos de Latacunga, Ambato, Riobamba, Guaranda y la Tenencia de Alausí, en los que no ha quedado templo alguno entéro: todos son ruina, y los mas han sido sepulcro de parte de los habitantes. ...
El Asiento de Latacunga... ha sido destruido a impulsos del temblor, y en él ha perdido S.M. las Casas de la Administración de Rentas Unidas, y de la Fabrica de Polvora con su Ingenio...
El Asiento de Ambato... ha corrido igual suerte, haviendo sido mayor el estrago en algunos de los pueblos de su jurisdicción, en los que ha havido reventazones de agua y lodo, y han padecido muchas haciendas, y aun se teme nuevos estragos por que hasta oy se halla detenido el curso del río que lo baña por un grande derrumbo de tierra, que se ha intermediado, y si no lo vencen las aguas puede acarrearles una inundación.
En la Villa de Riobamba no hay piedra sobre piedra. El Cullca, cerro que le estava inmediato, desencajado de su asiento, sepultó la mayor parte de las ruinas que ocasionó el impulso de la tierra. En todos los contornos de esta Villa han sido tales los desvaratos del terreno, que deshechos y desconocidos los caminos, no pude lograr noticia de persona que hubiese entrado ó salido en élla, hasta el día 14 que recibí carta del Corregidor, quien confirma el estrago, y dice haver quedado vivos como la octava parte de la nobleza y una mitad de la plebe.
La suerte de Guaranda no ha sido tan infeliz como la anterior, pues no han muerto según él dicho de su Corregidor sino 16 personas, pero la aniquilación de los edificios es igual que en los demas pueblos. Lo que si merece mucha consideración, porque se intercepta la comunicación de toda esta Provincia con la Plaza de Guayaquil, es el desvarato de la Cuesta de San Antonio de Tarigagua...
El Asiento de Alausí y pueblos de su jurisdicción se hallan en tierra, distinguiéndose el de Tigsan por las mayores ruinas y número de muertos que ha tenido...
Todas las inmediaciones de la falda del Tunguragua son las que mas han padecido aquí: Las aventuras de la tierra han sido tan enormes que se han tragado haciendas enteras. Se han desprendido pedazos de Monte, que hán parado el curso del Río de Patate, cuyas aguas cuando han podido romper los embarazos han inundado cuanto han encontrado en su curso. ...
...Según expone el Corregidor de Riobamba, él origen, ó fuente de los males, es el Bolcán de Macas, fundado en que el ruido subterráneo percivian que venia de acia aquel lado, a lo que se agrega que de cuatro a seis Años a esta parte se han dejado oir en él truenos internos (que el bulgo llama bramidos) continuadamente. Supone este Corregidor que alguna comunicación con Tunguragua ha propagado los efectos de su reventazón, pues han bomitado agua y lodo negro de muy mal olor los cerros llamados Igualata, y el Altar: el primero arrastró con su lodo parte de las inmediaciones del Pueblo de Guano y del de Cubijíes; el que lo vió abrir declara bajo juramento que el momento de desencajarse la tierra de su estado natural le tiró con el caballo en que iba montado y cayó aturdido: que cuando se levantó y pudo yá pensar en seguir su viaje que éra a Guano, vió cinco vocas en la cumbre de Igualata por las que salían llamaradas de fuego y saltaderas de lodo que formaban ríos por la falda, de mucha estención... y añade... que se acobardó y resolvió no continuar a Guano sino bolverse á Ambato, que cuando llegó ya solo encontró los escombros de la población.
Todo el espacio de tierra despedazado continúa temblando y eruptando los ruidos...
Sabemos haverse estendido los temblores por el lado del norte hasta la Provincia de los Pastos, bien que sin estragos ni ruinas...
Según las últimas observaciones hechas del Bolcán de Tunguragua por el naturalista Pineda quando pasaron por Guayaquil las corbetas de S.M. que dieron la vuelta al mundo, este monstruo estava lleno de agua hirviendo, y así hecho cotejo del territorio destruido, que es todo en su contorno, y de los materiales arrojados por las roturas de la tierra, que son todos negros liquidos con gran cantidad de agua hedionda, por la confección de los betunes y materiales sulfúreos no puede ser otro el principio de nuestras desventuras que este Monte. Los estallidos subterráneos permanecen como dejo antes dicho pero desde el día 15 faltan los temblores que hasta entonces eran seqüela de ellos e infieren por esto los que viven en donde se padecen, que es un alivio de la inflamación esta especie de decadencia en los efectos. ...
Como la Villa de Riobamba ha quedado con muy poca parte de su Ayuntamiento, y falleciesen sus dos Alcaldes Ordinarios, he nombrado dos personas de distinción que ayuden al Corregidor en las presentes ocurrencias y administración de Justicia.”[7]
Un par de meses después, por encargo del gobierno central, el nuevo Corregidor de Ambato, don Bernardo Darquea, hizo una evaluación general de los daños en el distrito de su mando, como conclusión de la cual informó razonada y organizadamente sobre los hechos acaecidos en su corregimiento,. Entre otras cosas, exponía en su comunicación:
"...Los pueblos de Quero, Pelileo, Patate y Píllaro (son) las jurisdicciones que más ruinas han experimentado de las rebentazones de sus cerros...”
“Jurisdicción del pueblo de Quero:
El cerro denominado Igualata, colateral del volcán Tunguragua, expelió tanta copia de tierra con mezcla de agua, hacia la parte o costado imberso camino a Riobamba, como á esta banda de Quero, que cubrió campiñas enteras, y llenó quebradas de una anchura y profundidas inmensa por donde tomó su curso. Tapó haciendas con sus habitantes y se llevó cuanto encontró en su dirección. De su rebetazón peresió mucha gente y una infinidad de ganado mayor y menor.
...La rebentazón del cerro llamado Mulmul, habiendo bajado a las llanuras mezclada con agua hecha lodo suelto, produjo iguales daños a los antesedentes.
(Reventaron también los cerros Guizlla, Conchuina, Nivela y Llimpi, todos inmediatos al Tungurahua, causando similares daños).
Jurisdicción del pueblo de Pelileo:
El Obraje de Temporalidades llamado San Ildefonso se halla situado en los baxíos de la jurisdicción de Pelileo igualmente que las haciendas Yataqui del finado Baltazar Carriedo y del Pingue del Dr. Dn. José Cevallos, a la orilla del río de Patate, y del lado inverso de la de San Ildefonso.
Este se halla situado al pie de tres cerros no muy elevados y en la vajada del camino de Pelileo a San Ildefonso... hay un potrerillo o ciénega de cortísima extensión. (Se derrumbaron los tres cerrillos y reventó la ciénega) cuyo material fue el que descendió a las casas de San Ildefonso y el que sepultó al administrador, su mujer e hijos y otros.
Noté que en las inmediaciones de este potrerillo se hallaba levantada la tierra formando varios torreones de ocho a diez varas de alto que remataban en punta en figura de pan de asúcar, y como si por debajo lo hubiesen soplado a fuelle.
...La hacienda Yataqui del citado Carriedo se hallaba en la llanura, y sus casas al pie de un cerro no demasiadamente elevado del que nacía un manantial de agua cristalina que cahia frente de la casa. (Hubo) reventazón o derrumbe del mismo cerro y del paraje o terreno plano en que estaban las habitaciones, que siempre se habia notado húmedo en extremo. La triste experiencoa ha manifestado que su centro era cenegoso, respecto a que levantada la tierra y reducida a lodazales disueltos fue a dar como llevada hasta el río de Patate, con Carriedo, su mujer y demás que se hallaban en Yataqui, de quienes no se ha sabido hasta hoy en que paraje hubiesen quedado sepultados.
(También hubo una) reventazón de la memorable Moya de Pelileo, que debe entenderse ciénega o potrero en que pastaban y engordaban ganados, y de los cerritos que circundan la Moya. Lo más notable es que toda la planicie de este potrero se levantó dividida en grandes trozos del grosor de dos a tres varas de alto, y en un cuerpo como un navío que navega fue con tanta rapidez a sentarse sobre todos los edificios arruinados del pueblo de Pelileo que los que habían escapado de perecer bajo las ruinas de sus casas no pudieron evitar la muerte al impulso y grave peso de su tan decantada Moya, que los cubrió a sentenares; de modo que parece que el potrero no hizo más que levantarse en trozos de su sitio y pasar a cubrir el pueblo, sin variar la figura del verdor de su superficie... Solo quien como yo lo ha visto, podrá creerlo.
(También reventaron) el sitio Chumaqui, cercano a la Moya, y el cerro Guambaló”, que cubrió la hacienda de El Pingue del doctor Ceballos, en que pereció este con otros muchos.
Jurisdicción del pueblo de Patate:
(Hubo reventazón o derrumbe de los cerros de Llotupi, Rioblanco y La Calera, pero) la jurisdicción de Patate padeció mas por los desbordes de su río represado que por las reventazones de sus cerros.
Jurisdicción del pueblo de Píllaro:
...Reventazón de la quebrada Pucaguayco, y derrumbos de sus orillas. ...Reventazón del cerro y chorrera de Cusatagua, que baxó con mescla de agua y lodo, que concurrió a la represa de los ríos causando muertes e infinitos daños.
...La reventazón del cerro llamado Quinuales causó muchos estragos.
...Lo cierto es que en todos los parajes que dejo sentados no se veían mas que rajaduras de los terrenos, unas mas anchas que otras, y que en algunas quebradas de suelo de cangagua noté levantada su superficie, como cernida hecha trozos, sin que hasta ahora haya podido descubrir nadie la causa primordial de estragos tan horribles y efectos tan diversos.
Yo no me atreveré a adivinarla por principios físicos, pero valga lo que valiere diré mi parecer, dictado a conseqüencia de lo que he visto y la razón me inclina. ”[8]
Para completar su trabajo, Darquea (cuya hacienda había sido destruida por un aluvión causado por el sismo) remitió a sus superiores de Quito muestras de todos los materiales expulsados desde el interior de la tierra: lava, lodo, betunes, etc. Concluyó opinando que el causante del desastre había sido “el elevadísimo cerro de Tunguragua, (que) es un volcán conosido pues que en todos tiempos ha hecho sus erupciones de piedra y fuego por lo alto de su pico... Me inclinaré con algunos que esta vez ha hecho su erupción subterráneamente, siendo como es, que todo lo que le rodea ha padecido el mayor estrago... Es un cerro maestro, volcán conocido y declarado contra nosotros...”[9]
Algún tiempo después, tras recogerse todos los informes oficiales, se establecería que en toda la jurisdicción de la Audiencia de Quito el número total de muertos por el sismo había sido de 12.553 personas, y el de desaparecidos o dispersos de 800. Por distritos, el número de muertos se distribuía así: Corregimiento de Riobamba, 6.306; Corregimiento de Ambato, 5.908; Corregimiento de Latacunga, 234; Corregimiento de Guaranda, 57: Tenencia de Alausí, 48.[10]
Advocación de la Virgen de Guápulo como "Nuestra Señora del Terremoto".
ESTREMECIMIENTOS SOCIALES Y CONFLICTOS POLITICOS
A las conmociones de la naturaleza se agregaron los estremecimientos sociales, pues en la sierra central “se alzaron los indios en el primer instante, publicando entre si, que los volcanes de Tungurahua de donde procedió el estrago habían dado aquellas tierras a sus antepasados, y, adorando a aquellos volcanes como si fueran dioses, trataron de eliminar a los españoles que se habían escapado de la ruina general”.[11]
Por lo mismo, uno de los asuntos que causaron mayor preocupación al gobierno colonial fue la posible sublevación general de los indios, que andaban en grupos por los cerros, actuando de una manera que resultaba inquietante para la población blanca y mestiza. Ante esa potencial insurrección de la población nativa, oprimida desde hacía ya tres siglos por el colonialismo español, el presidente Muñoz tomó medidas precautelatorias, tales como el acopio de materiales de guerra y la concentración de un fuerte contingente de tropas en la capital de la audiencia, que se temía fuera atacada por los indios. En ese espíritu, comprometió ante el gobierno de Madrid su personal cuidado “de no dejar absolutamente a este pueblo sin el freno de la tropa, por lo que aun en el día me hallo vigilante de la conducta de los indios de los pueblos arruinados, que según los partes de los respectivos corregidores me aseguran haverse insolentado y que profieren no dever ya pagar tributos, cuyas noticias -decía- caso que se realizen me pondrán en la necesidad de desprehenderme de toda la tropa y aun de tomar cualquiera otra resolución necesaria según la urgencia del caso...”[12]
Pero Muñoz de Guzmán era consciente de que no bastaba la represión para solucionar los graves problemas sociales derivados de la catástrofe natural. De ahí que, al concluir su comunicación, expresara: “Como conozco la bondad del Rey Nuestro Señor le pido sin recelo los alivios que me parecen convenientes y de caridad para estos afligidos pueblos. Los vasallos que más han sufrido no son los Indios, sin embargo su extravío los imposivilita por algún tiempo de volver a sus lavores. En este concepto se les podrían perdonar los tributos del año de 96 (Gracia que ya hizo S.M. en el de 57, en que se arruinó Latacunga) y por otros dos años podrán exhonerarse a los vasallos españoles o del todo de la Alcavala en sus compras, ventas y contratos o hacérsele en ella una revaja por algún tiempo, equidad que tambien se dispensó anteriormente a Guayaquil por el incendio que padeció en el año de 65...”.[13]
Inesperadamente, mientras el país no salía aún de su estupor frente a la furia de la naturaleza, estalló en la capital un conflicto político que reactualizóp el latente enfrentamiento entre criollos y chapetones.
El caso fue que en los días siguientes al siniestro el presidente Muñoz había permanecido temerosamente en El Quinche, hasta ver si cesaban los temblores y si Quito volvía a ser un lugar seguro. Entre tanto, ante su ausencia, tomó el mando del gobierno el oidor decano, don Lucas Muñoz y Cubero, de conformidad con la ley y los usos administrativos acostumbrados en el sistema colonial español. Buscando ayudar a los damnificados del terremoto, este funcionario organizó prontamente una recolección de limosnas en los templos de Quito, que produjo un monto de 400 pesos; con ello dispuso la compra de víveres y mercancías de uso vital. A continuación, el 9 de febrero nombró como comisionado para el reparto de ayuda al doctor Juan de Dios Morales, joven abogado criollo conocido por su diligencia y capacidad ejecutiva, y quien de inmediato llevó esa ayuda a la región afectada por el sismo.
Conmovido por la situación reinante en el centro del país, Morales repartió como mejor pudo la insuficiente ayuda de que era portador y, paralelamente, levantó una detallada información de los daños ocurridos en los lugares de su visita y del indispensable auxilio que requerían sus habitantes; tras ello volvió a Quito, cargado de informes de autoridades locales, que certificaban la entrega de la ayuda oficial y elogiaban la sacrificada labor del comisionado.
Respaldados con el inventario de requerimientos formado en la misma zona del siniestro, el oidor-decano y el comisionado plantearon al presidente Muñoz la necesidad de que los fondos existentes en las cajas reales se destinaran a socorrer a los damnificados, que se hallaban en la más completa ruina, hambrientos y expuestos al rigor del invierno, por lo que se temía que muchos más murieran por hambre o enfermedades.
Pero ni Morales ni el oidor decano contaban con los celos políticos del presidente, quien se irritó notablemente con la diligencia de ambos en atender a los damnificados, la cual, en su opinión, le perjudicaba políticamente, pues dejaba al descubierto su morosidad en volver a Quito y su tardía preocupación por la suerte de las víctimas del terremoto. Por otra parte, el presidente consideró contraria a los intereses económicos de la corona la información sumaria sobre las necesidades de los pueblos levantada por Morales, pues, según dijo indignado, “se pretendía que yo abriese las Reales Cajas é hiciese de su caudal una Caridad General en todos los pueblos que habían experimentado los efectos de la Justa Providencia Divina”. Agregó que los damnificados “a la verdad no necesitavan tampoco (ninguna ayuda) estando los campos llenos de sus frutos”.[14] Por todo ello, se negó a aprobar la información sumaria de Morales sobre los requerimientos de los pueblos afectados y se amparó en mil leguleyadas para no entregar fondos de las cajas reales en auxilio de los damnificados. Con ello dejó evidenciado, una vez más, que las actuaciones de un gobernante colonial no tenían nada que ver con los intereses de los pueblos sometidos, cuya desgraciada suerte no podía merecerle ninguna preocupación.
Movido por un espíritu totalmente contrario a lo solicitado, el Presidente de Quito se apresuró a movilizar las tropas bajo su mando para enviarlas a proteger las cajas reales de las provincias, que habían quedado desguarnecidas y corrían peligro de ser asaltadas por los hambrientos pobladores: una partida de 12 soldados de infantería fue enviada a Ambato, bajo las órdenes del teniente Pablo Martínez; otra igual, al mando del alférez Nicolás de Aguilera, fue enviada a Latacunga, con el encargo adicional de rescatar la munición y explosivos de la fábrica de pólvora de esa ciudad, que, decía el presidente, “es de primera necesidad para la defenza y resguardo del decoro de Su Majestad; y otra partida de 10 hombres fue enviada a Riobamba, al mando del teniente Antonio Suárez, “para que procurase poner a resguardo los intereses del Rey”.[15]
¡Ni un peso de ayuda, ni un soldado para auxiliar a las víctimas...! ¡Así respondía el colonialismo español al clamor de los desgraciados pueblos del país de Quito!
Golpeado por la negativa presidencial, y sobre todo irritado por la arrogante y despectiva actitud del gobernante, el espíritu patriótico de Morales se inflamó de indignación y el comisionado tomó una audaz resolución: apeló de la decisión del presidente ante el tribunal de la Real Audiencia. Entonces, furioso por la acusación que se le hacía, pero a la vez temeroso de que Morales elevara queja ante el rey, el Muñoz de Guzmán se apresuró a escribir al ministro de Indias, don Eugenio Llaguno, dándole su interesada versión de los hechos y alertando al ministro sobre las “representaciones difusas que -decía- no dudo dirigirá (Morales)”.[16]
Resulta necesario aclarar, en este punto de nuestra historia, que tanto en la necia actitud de Muñoz de Guzmán como en la diligencia con que actuara Morales afloraban también las aristas de un antiguo conflicto, motivado por un mutuo aborrecimiento personal, que se enmarcaba en el latente enfrentamiento político entre criollos y chapetones. En síntesis, podemos decir que el rencor del joven abogado contra el gobernante estaba motivado por la política de persecuciones que éste había desatado contra los representantes más avanzados del rebelde criollismo quiteño, entre los que figuraban el doctor Eugenio Espejo, finalmente muerto a consecuencia del encarcelamiento ordenado por Muñoz (1795), y el mismo Morales, quien fuera destituido de su plaza de Oficial Primero de la Subdelegación de Real Hacienda (1793) y luego hostilizado frecuentemente en el ejercicio de su profesión, mediante amonestaciones y multas oficiales, bajo la acusación de “usar del oficio de chimbador ... y suscribir representaciones desatentas y faltas de estilo”.[17] Por su parte, el odio de Muñoz contra Morales provenía de que este joven abogado granadino poseía un espíritu altivo y, tras su injusta destitución, se había transformado en defensor de víctimas de abusos oficiales y patrocinador de denuncias de la corrupción gubernamental. Además, pesaba el hecho de que Morales era un criollo ilustrado y había sido uno de los mejores amigos del doctor Espejo, propulsor de la idea de la “nación quiteña” y precursor de las ideas de independencia. [18]
A la larga, la Audiencia, movida por su oidor decano, aprobó el informe de cuentas del comisionado Juan de Dios Morales, pero el presidente logró opacar ante la corona los méritos de aquel y frustrar su justa aspiración a ser nombrado oidor o fiscal de alguna audiencia de América. Eso si, a la par que descalificaba a Morales, Muñoz se dio mañas para destacar ante el rey los supuestos méritos contraídos con motivo del terremoto por su pícaro sobrino-secretario, Gerónimo Pizana, de quien afirmó que había “acreditado esta vez mas que nunca hasta donde se estiende su buen talento y actividad, como que á estas qualidades se debe la expedición de las muchas providencias é informes que se han dirijido..., y contribuyendo á demas con sus luces naturales á quanto podía convenir en la ocasión sin perdonar en este trabajo las noches y días feriados, según lo requería la necesidad. ... Por tanto -agregaba- lo contemplo digno de que Su Majestad lo premie en su carrera militar o en la clase de empleos de la que actúa, para la que le reconozco grande disposición.”[19]
LOS BUITRES
Como hemos visto, el terremoto resultó ser ocasión propicia para la actuación interesada de muchos “vivos”, entre los cuales Muñoz y Pizana. Pero ellos no fueron los únicos ni los más audaces. Usando y abusando de la imagen de “temebun” o “cuco” que tradicionalmente habían tenido los indios a ojos de los españoles, ciertas gentes y autoridades del distrito se valieron de la presencia de aquellos como de un biombo, para ocultar sus propias picardías. Así, buscando que se les liberara del pago de tributos, los ganaderos del centro del país clamaron por sus ganados supuestamente perdidos, que decían les habían sido robados por los indios en medio de la confusión. Por su parte, el Corregidor y Recaudador de Tributos de la Villa de Riobamba, don Vicente Molina, tuvo la ocurrencia de acusar a los indios de habérsele robado una caja fuerte con 8 mil 500 pesos de plata sellada, pertenecientes al real erario, así como “todos los papeles relativos a la cobranza de los tributos”, para lo cual los indios habrían excavado entre las ruinas de su casa días después del terremoto.[20]
Aunque lo primero era difícil de comprobar, resultaba en cierto modo verosímil y pudo pesar en la decisión del monarca de liberar del pago de tributos a los perjudicados, por el lapso solicitado. En cuanto a lo segundo, su falsedad era tan obvia que el Presidente de Quito suspendió a Molina en el ejercicio de su corregimiento y cobranza de tributos, le incautó los sueldos de uno y otro cargo, lo enjuició criminalmente y dispuso su encarcelamiento en la capital de la audiencia.
El juicio contra Molina se inició en febrero de 1797, pero por formalidades legales fue declarado nulo en septiembre del año siguiente, dejando a salvo el derecho del acusado para ejercitar la “repetición de su derecho contra quien le convenga”.[21] Basado en ello, Molina aprovechó el juicio de residencia abierto contra Muñoz de Guzmán, luego de que éste viajara a Lima, para quejarse de su destitución y enjuiciamiento penal, y solicitar de Muñoz y sus asesores, los doctores Francisco Javier Salazar y Juan Ruiz de Santo Domingo, el pago de daños, perjuicios y costas. Mas el nuevo presidente de la Audiencia, barón de Carondelet, proveyó en el sentido de que el juicio se había basado en causas legítimas, por lo que desestimó la acusación y reclamo de Molina.
En todo caso, la actuación de Molina quedó como un antecedente histórico de otros actos de enriquecimiento ilícito que se producirían en el futuro a la sombra de los desastres naturales y las tareas de reconstrucción. Basten como ejemplos la tristemente famosa “Junta de Reconstrucción del Tungurahua” -manejada por gentes a las que el dirigente socialista Estuardo Almeida calificara, allá por 1950, como “dueños del terremoto de Ambato”, o el monstruoso robo somocista de la ayuda internacional enviada a Nicaragua tras el terremoto de Managua, en 1978.
LA RECONSTRUCCION DE RIOBAMBA
Mientras el conflicto político entre criollos y chapetones se ponía al rojo vivo en Quito, se iniciaba lentamente en el resto del país la dura tarea de reconstruir las ciudades arruinadas por el terremoto.
Según informara el Corregidor de Guaranda, los vecinos de esta ciudad, pese a que la tierra continuaba todavía temblando, se dieron de inmediato a la tarea de derribar las ruinas de sus casas, para evitar nuevos daños y eventuales accidentes; más tarde, se abocaron al esfuerzo de limpiar los solares en que éstas se habían asentado, con miras a construir nuevas viviendas, o a reconstruir aquellas casas que solo habían sufrido daños menores.
Igual esfuerzo se desarrolló luego en el resto de ciudades y pueblos de la sierra central, donde la voluntad del hombre andino se enfrentó, una vez más, a la violencia de la naturaleza, buscando domeñar a ésta y reconstruir su habitat.
La única ciudad en que no hubo un esfuerzo reconstructor de este tipo fue Riobamba, ciudad que fuera completamente arrasada por el sismo y donde la situación exigió de sus habitantes un esfuerzo todavía mayor, orientado a la construcción de una nueva ciudad, en otro sitio más adecuado. De este modo, tras reponerse emocionalmente de la catástrofe, los riobambeños supervivientes se lanzaron a la formidable tarea de remover los escombros de su ciudad, enterrar a sus muertos y recuperar las pocas pertenencias que no habían sido destruidas del todo. Luego, sin desmayo, se reunieron en Cabildo Abierto autoconvocado por la ciudadanía (los dos alcaldes, la mayoría de los regidores y la casi totalidad de la nobleza habían muerto en el terremoto), para analizar todos los aspectos que implicaba la reconstrucción total de su ciudad. Participaron en esa reunión pública las autoridades existentes, la nobleza, los gremios artesanales y los caciques indígenas de la región.
Con la mayor generosidad, todos los riobambeños supervivientes se mostraron dispuestos a contribuir con sus recursos y propiedades para el logro del fin colectivo que buscaban. Y con criterios similares a los usados por los conquistadores españoles para la fundación de las ciudades hispanoamericanas, dos siglos y medio atrás, los vecinos emprendieron en el primer paso de su tarea reconstructora, que era la búsqueda de un lugar adecuado para el levantamiento de la nueva Riobamba. Como sabemos, un lugar útil a tal fin debía reunir algunas condiciones indispensables de habitabilidad, recomendadas por la costumbre y precisadas en las Ordenazas Reales entonces vigentes: ser plano y amplio, de modo que la ciudad pudiera trazarse según el "plan de las Indias" y crecer en el futuro; tener buenas tierras, que facilitasen los cultivos y la supervivencia de los habitantes; poseer fuentes de agua o hallarse cerca de un río; tener "buen aire", es decir, no encontrarse en una región malsana o pantanosa; etc.
Varios hacendados ofrecieron sus propiedades para el reasentamiento de la ciudad y lo propio hicieron las comunidades indígenas. Luego, una amplia comisión de vecinos empezó a recorrer los diversos sitios ofrecidos, con la finalidad de establecer el más adecuado de ellos. Varios días más tarde, la comisión terminó sus trabajos e informó al Cabildo Abierto sobre los resultados alcanzados. Tras analizar las diversas opciones, el cabildo se pronunció finalmente por ubicar la nueva ciudad en el sitio de Tapi, por lo que el Procurador General de la ciudad y los representantes de la población se dirigieron a la Audiencia de Quito solicitando la aprobación de lo actuado y la autorización para iniciar la reconstrucción de su villa.
[1] Informe del presidente Muñoz de Guzmán al ministro Llaguno; Quito, 20 de febrero de 1797. AGI, Quito, L. 250.
[2] Expediente sobre el terremoto: declaraciones de testigos. AGI, Quito, L. 250.
[3] Ibíd.
[4] Expediente de informes de corregidores. AGI, Quito, L. 250.
[5] El corregidor Morales al presidente Muñoz y Audiencia de Quito; Guaranda, 8 de febrero de 1797
[6] “Razón de las personas que han muerto en el Asiento de Guaranda y su Jurisdicción”; 18 de noviembre de 1797. AGI, Quito, L. 250.
[7] El presidente Muñoz al ministro Llaguno, cit.
[8] Informe del corregidor Darquea al Presidente de Quito; Ambato, 18 de abril de 1798. AGI, Quito, L. 250.
[9] Ibíd.
[10] “Razón general de las personas que han muerto según las relaciones mas verídicas”; Quito, 20 de noviembre de 1797. AGI, Quito, L. 250.
[11] El presidente Muñoz al ministro Llaguno, cit.
[12] Ibíd.
[13] Ibíd.
[14] Muñoz de Guzmán al ministro Llaguno; 20 de febrero de 1797. Cit.
[15] Ibíd.
[16] Muñoz a Llaguno, 21 de marzo de 1797. Cit.
[17] Muñoz de Guzmán al ministro Llaguno; 21 de marzo de 1797. AGI, Quito, L. 250.
[18] Al año siguiente (1798), Morales actuaría como uno de los testigos de la boda de Manuela Espejo con José Mejía Lequerica.
[19] El presidente Muñoz al ministro Llaguno; 22 de noviembre de 1797. AGI, Quito, L. 250. Más información sobre Pizana y sus “hazañas” pueden verse en el capítulo “Las Denuncias”.
[20] Expediente de informes de corregidores. Cit.
[21] El expediente en AGI, Quito, L. 251.
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