LA PODEROSA FAMILIA SÁNCHEZ DE ORELLANA



Don Clemente Sánchez de Orellana, Marqués de Villa Orellana 

y Vizconde del Antisana.



Las llamadas “grandes familias” constituyen una tradición histórica en Hispanoamérica y también en el Ecuador. Pero esas familias no existieron siempre, sino que se iniciaron y desarrollaron al amparo del sistema colonial, y como un genuino producto de éste.
Un caso particularmente importante fue el de la familia Sánchez de Orellana, cuyos primeros miembros llegaron a la América con la conquista española y tuvieron un papel destacado en el fenómeno de la colonización. El fundador directo de ella fue el capitán don Alvaro Sánchez de Orellana, natural de Trujillo, en Extremadura, que pasó a estas tierras formando parte de la hueste de su paisano Francisco Pizarro, conquistador del Perú, y en compañía de su pariente Francisco de Orellana, que más tarde sería Gobernador de Guayaquil y el descubridor del Gran Río de las Amazonas.
Tras actuar en muchos de los principales sucesos de la conquista del Perú, el capitán Alvaro Sánchez de Orellana fue uno de los fundadores del asiento minero de Zaruma, en el territorio de los paltas, donde se inició la explotación aurífera en los lavaderos del río y luego en el monte Sexmo. Posteriormente, cuando Zaruma alcanzó ya la categoría de villa, su hijo Clemente (el primero de ese nombre en esta larga familia) fu designado Alcalde Ordinario de ella y también ejerció los cargos de Teniente de Corregidor y Receptor de la Real Hacienda. Con él se inició lo que después sería casi un hábito familiar: la monopolización de los mejores cargos y funciones coloniales. Pero don Clemente no fue solo un eficiente funcionario real, sino que también se convirtió en un rico terrateniente y encomendero, gracias a las mercedes reales que recibió como recompensa a sus servicios.
Posteriormente, su hijo Pedro Javier le sucedió en los cargos ya mencionados de la villa de Zaruma, mientras otro de sus hijos, Antonio, recibía diversas designaciones oficiales en otros distritos de la Audiencia de Quito, antes de ser designado Gobernador y Capitán General de la ciudad de San Francisco de Borja y la Provincia de Maynas, en el Sur Oriente quiteño. Según testimonios familiares, en aquella ocasión 

“alistó en su virtud y costeó gente, y acompañado de sus hijos hizo entradas a remotas poblaciones de gente infiel y bárbara, resultando de ello la reducción de sus habitadores a nuestra Santa Fe, además de lo cual solicitó abrir camino desde la Ciudad de Loja a la de Borja, ejerciendo dicho Gobierno más de diez y seis años.”1

En total, don Antonio “sirvió a su Majestad por espacio de treinta y seis años (en) diferentes cargos y empleos distinguidos”, según lo corroboraron en sus testimonios el Conde de la Monclova, Virrey del Perú, y don Mateo de la Mata Ponce de León, Presidente de la Audiencia de Quito, quienes (en cartas de 1694 y 1695, respectivamente) dijeron que en el dicho don Antonio concurrían, “además de su nobleza, por ser descendiente de los primeros pobladores de este Reyno, arreglados procedimientos y particular aplicación al real servicio en los cargos que se pusieron a su cuidado”, por lo que suplicaron “le honrase Su Majestad con la merced correspondiente a sus servicios”.2
En atención a los méritos del suplicante y a los testimonios recibidos en su favor, el rey Carlos II le otorgó Título de Castilla, con la denominación de Marqués de Solanda, “para sí, sus hijos y sucesores, perpetuamente”, mediante cédula real despachada en San Lorenzo, el veinte y siete de abril de mil setecientos.3 Empero, como el beneficiario era americano, Su Majestad no dejó de cobrarle sus buenos miles de pesos por la merced hecha.
Pero los Sánchez de Orellana no se amilanaban por asuntos de dinero. Previsores como eran, no se limitaban a servir al rey, sino que también se ocupaban activamente del enriquecimiento familiar, ejerciendo la minería y la agricultura en la misma región del sur quiteño y realizando tratos comerciales con el norte peruano. A ello se agregó, según dice la tradición, el hallazgo que hizo don Antonio Sánchez de Orellana, en una de sus propiedades, del famoso “Tesoro de Quinara”, que constituía parte del rescate no pagado de Atahualpa, que los indios paltas habrían escondido al enterarse del ajusticiamiento de su soberano por los españoles.
Tras ese inicial proceso de acumulación de capital, ejercitado en la rica región sur del país, algunos miembros de esta familia ampliaron el centro de sus actividades a Cuenca y Quito, llegando a convertirse este clan, por su dinero y su influencia política, en una familia simbólica del emergente poder criollo. 

DE “CRISTIANOS NUEVOS” A INQUISIDORES

Visto su apego al dinero y a los metales preciosos, alguien podría decir que los Sánchez de Orellana parecían judíos, y no se equivocaría en tal apreciación, puesto que esta familia tenía origen sefaradita, aunque se cuidaba muy bien de ocultarlo, mediante variados recursos. Uno de ellos lo constituían sus generosas dádivas a la Iglesia y sus limosnas a los pobres. Otro, la permanente mención que hacían sus miembros de los vínculos que mantenían con el Santo Oficio de la Inquisición, es decir, con la autoridad encargada de perseguir a los “cristianos nuevos”, al interior de la cual actuaban en calidad de Alguaciles o Familiares. Pero el medio más relevante fue, ciertamente, la continua presencia de sus descendientes en el aparato eclesiástico colonial, en calidad de curas, prebendados o altos funcionarios de la Iglesia. 
En lo referente a sus dádivas y limosnas, sirva de ejemplo lo expuesto al rey por don Clemente Sánchez de Orellana y Riofrío, quién manifestó que con su peculio había “hermoseado la torre de la Iglesia (Catedral de Quito) con una pirámide, en lugar del remate antiguo que tenía, y renovó enteramente los ornamentos y alhajas de la sacristía mayor”, agregando que, “además de estos afanes, ha sido su casa y es el recurso de cuantos pobres hay en la ciudad, empleándose continuamente en ejercicios de notoria piedad, a favor del grueso caudal con que se halla.”4
La verdad es que don Clemente se quedó corto en la mención de sus obras filantrópicas y pías, entre las que debían figurar también “el aseo y saneamiento de Quito, la reconstrucción del paseo de La Alameda, la restauración general del Hospital San Juan de Dios, que incluyó la edificación de la capilla, obra magna del barroco quiteño construida a expensas del Marqués.”5 Y a lo expuesto cabría agregar la mención de las numerosas obras públicas que hizo durante sus alcaldías de Cuenca y Quito. En Cuenca, arregló calles y caminos, combatió y desterró los vicios generalizados de la población “y puso límites al atrevimiento con que algunas familias perturbaban la quietud pública”, y, en Quito, compuso calles, arregló canales y fuentes públicas, y reparó el puente del río Guayllabamba, “único y preciso tránsito para el comercio de aquella provincia.”6
En cuanto a los vínculos de esta familia con la Iglesia y la Inquisición, bástenos citar solo estos pocos casos: un hijo del primer Marqués de Solanda, el doctor Clemente, fue canónigo de la catedral de Quito y Calificador del Santo Oficio; otro hijo suyo, don Miguel, fue Gobernador de Jaén de Bracamoros y Familiar Titular del Santo Oficio; otro más, el doctor José Dionisio, fue cura de varios pueblos y prebendado de la catedral de Quito, además de Comisario de la Inquisición. Un hermano del primer Marqués de Solanda, don Clemente, fue asimismo Familiar Titular del Santo Oficio; otro hermano, el doctor Pedro, fue cura beneficiado de Loja, y otro más, el doctor Juan Bautista, ocupó por veinte y seis años el Curato Rectoral de la ciudad de Cuenca y fue Comisario y Calificador de la Inquisición. En fin, un sobrino del Marqués de Villa–Orellana, el doctor Antonio Sánchez de Orellana y Chiriboga, fue capellán del Monasterio de Monjas de la Concepción, de Quito, Director de la Escuela de Cristo en la catedral quiteña y Procurador de la causa de beatificación de Mariana de Jesús, y por sus méritos de vida y ascendencia social recibió, en 1765, el respaldo del Cabildo de Quito para que ocupara un cargo de prebendado eclesiástico.7
Con tanto cura e Inquisidor en casa, los Sánchez de Orellana trataban de aparentar calidad de cristianos viejos y limpieza de sangre, pero la verdad es que sus enemigos y malquerientes no olvidaban ocasión de recordarles su origen judaico. Tal lo sucedido en Quito, a fines del siglo XVIII, donde don Clemente Sánchez de Orellana, pese a ser alcalde de la ciudad, fue vilipendiado a voz en cuello por la aristocracia quiteña  con el calificativo de “sujeto vil y de ruin nacimiento”, lo que en aquel tiempo equivalía a decirle judío. 
Empero, si los Sánchez no podían demostrar su calidad de cristianos viejos, sí podían, en cambio, demostrar su hidalguía y nobleza, como lo hizo don Pedro Javier Sánchez de Orellana ante el tribunal de la Audiencia de Quito, autoridad que declaró por auto del 30 de julio de 1715 “ser toda esta familia legítimos descendientes de pacificadores y pobladores, y como tales deber gozar asiento en los estrados de la Audiencia, y demás fueros, preeminencias y excepciones correspondientes a su calidad.”



Relación de Méritos y Servicios del Marqués de Solanda.


UN ASCENSO INDETENIBLE

Mas la verdad es que nada parecía detener el ascenso social y político de esta influyente familia, que contaba en su favor con algunos sólidos argumentos, siendo el primero de todos sus servicios a la corona, que comenzaban con sus servicios de conquista y terminaban con sus “servicios” en dinero contante y sonante. Los servicios de conquista eran recordados a Su Majestad y a las autoridades en cada súplica, solicitud de mercedes o representación de los Sánchez, donde regularmente mencionaban que sus antepasados “siendo de los primeros pobladores de la expresada provincia de Quito, dieron el nombre de Orellana al gran Río de las Amazonas”, y que sus ascendientes, o ellos mismos, conquistaron a los indios jíbaros y pacificaron las tierras de Quijos y Maynas, ubicadas a orillas del río mar. En cuanto a los “servicios en dinero” hechos a la corona, en general solían ser muy discretos en sus referencias, aunque a veces las formulaban explícitamente, como lo hizo en 1739 el Maestre de Campo don Pedro Xavier Sánchez de Orellana, segundo Marqués de Solanda, en su “Relación de méritos y servicios”, en la que dijo que el rey le había “conferido el empleo de Corregidor del Asiento de Latacunga, del que se le despachó Real Título el año de mil setecientos siete”, en atención a sus méritos de conquista y pacificación de indios jíbaros “y al servicio de tres mil pesos”.8
Buscando ornar y consolidar su riqueza con el ennoblecimiento, una segunda rama de la familia, encabezada por don Clemente Sánchez de Orellana, buscó adquirir un nuevo Título de Castilla, mediante el correspondiente “servicio en dinero”, que se vino a sumar a los méritos y servicios personales del peticionario.  Fue así que don Clemente (quinto miembro de la familia con ese nombre) se convirtió en el primer Marqués de Villa–Orellana, cincuenta y tres años después de que su abuelo llegara a ser el primer Marqués de Solanda, título que habían heredado sus primos. De tal modo, los Sánchez llegaron a adquirir dos marquesados. Además, en busca de perpetuar su poder, ambas ramas de la familia constituyeron mayorazgos sobre sus bienes, en 1740 y 1753, respectivamente.9

LA BÚSQUEDA DEL PODER POLÍTICO

Junto con la búsqueda de riqueza, los Sánchez de Orellana tuvieron gran apetito por el poder político, que en gran medida siempre estuvo orientado a controlar los cargos de la capital quiteña y de los distritos productivos del sur. Don Antonio, primer Marqués de Solanda, fue Gobernador de San Francisco de Borja, en Quijos, y su hijo Juan Bautista fue el primer quiteño que compró una plaza de oidor en la Audiencia de Quito (1710) y, unos años más tarde (1717), obtuvo adicionalmente el cargo de deán de la iglesia catedral quiteña. Paralelamente, sus otros hijosdesempeñaron altas funciones u ostentaron elevados grados militares: Pedro Xavier, que fuera el segundo Marqués de Solanda, poseía el grado de general, fue corregidor de Latacunga y gobernador general de armas de esa ciudad (1715), antes de ser alcalde ordinario de Loja y Cuenca, y corregidor y justicia mayor de Quito; Clemente fue canónigo de la catedral de Quito y calificador del Santo Oficio de la Inquisición; Juan Bautista fue oidor de la Real Audiencia de Quito; Miguel fue gobernador de Jaén de Bracamoros; José Dionisio fue comisario de la Inquisición y prebendado de la catedral de Quito; Juan José fue corregidor de Otavalo y luego fue regidor perpetuo de Quito y gobernador de Quijos y Macas, y Nicolás tuvo el grado de maestre de campo y fue corregidor de Tarma, en el Perú. A la vez, un primo suyo, Joseph Lacayo de Briones, era teniente general de corregidor y justicia mayor de Loja, cargo que antes ocupase el abuelo materno de todos ellos, capitán Diego Espinoza de los Monteros. 
Una treintena de años más tarde, en 1745, otro miembro de esta rama familiar, don Fernando Félix Sánchez de Orellana, llegó a ocupar el cargo de Presidente de la Audiencia de Quito, gracias a que su padre, el segundo Marqués de Solanda, adquirió para él ese cargo, obteniéndolo por reventa de don Miguel de Goyeneche, rico comerciante vasco avecindado en el Perú, quien a su vez lo había adquirido de la corona por el precio de 26 mil pesos, con la facultad de usarlo por el lapso de ocho años, revenderlo o legarlo por testamento a sus herederos.10
Por su parte, la otra rama de la familia ejercitaba también sus apetitos de poder. Así, el futuro Marqués de Villa–Orellana, don Clemente Sánchez de Orellana y Riofrío,11 quien ostentaba –como varios de sus parientes– el grado militar de Maestre de Campo, ocupó sucesivamente los siguientes cargos: fue inicialmente electo Alcalde de Cuenca en 1732 y ejerció también como Gobernador de Armas esa ciudad y Alguacil Mayor de la Inquisición; posteriormente fue designado por el rey para Corregidor del mismo distrito, pero renunció para dedicarse a sus asuntos particulares, trasladándose a vivir en Quito en 1733, donde también fue electo Alcalde Ordinario y ejerció como Corregidor y Colector General del Cabildo Metropolitano. Su aproximación a los títulos de nobleza comenzó cuando recibió el hábito de Caballero de la Orden de Santiago, a lo cual siguió la adquisición de los títulos de Vizconde del Antisana y Marqués de Villa–Orellana, en 1753.
 Agreguemos que don Clemente era nieto de don Antonio Sánchez de Orellana, I Marqués de Solanda, y tío de don Fernando Félix Sánchez de Orellana, el único quiteño que fuera Presidente de la Real Audiencia de Quito y que luego terminara como Deán de la catedral de Quito. También era primo hermano de otros dos Clementes: de uno que era canónigo de la catedral de Quito y de otro que era Corregidor de Loja y Alguacil Mayor del Santo Oficio. 
A don Clemente Sánchez de Orellana le sucedió en el marquesado su hijo el doctor Jacinto Sánchez de Orellana.

DE MARQUESES A LÍDERES REVOLUCIONARIOS

Durante la última etapa colonial, la única familia criolla que pudo emular con la de los Sánchez de Orellana fue la de los Montúfares. En efecto, también esta familia era dueña de un marquesado y ostentaba igualmente la gloria de haber tenido entre sus miembros a un Presidente de Quito, que lo fuera don Juan Pío Montúfar y Frasso, primer Marqués de Selva Alegre. 
En cuanto a riqueza se refiere, ambas familias competían en propiedades y recursos económicos. Si los Sánchez de Orellana se habían enriquecido con el oro del sureño distrito de Zaruma, los Montúfares lo hicieron más tarde con el oro del distrito norteño de Tumaco y Barbacoas. El resultado fue que, para la segunda mitad del siglo XVIII, las propiedades de los unos y los otros eran las más valiosas del distrito de Quito. Solo dos haciendas de don Pedro Javier Sánchez de Orellana, Marqués de Solanda, valían más de 120 mil pesos y eran “Cuturibí”, ubicada en el asiento de Latacunga, que valía 80 mil pesos, y “Turubamba”, situada en Chillogallo, al sur de la capital, que valía 45 mil. A su vez, el juego de haciendas del Marqués de Villaorellana (Chinquiltina, en Pomasqui; Urupamba, San José, Isacata y Cangahua, en Cayambe; y Yaruquí, en Quito) valían en conjunto otros 120 mil pesos. Por su parte, tres haciendas de la familia Montúfar y Larrea (Pusuquí, en Quito; Angla, en Cayambe, y Milan, en Cochicaranqui) montaban un valor total de cerca de 150 mil pesos. En fin, si los Sánchez se habían dedicado al tráfico de cascarilla en la ruta de Cuenca a Lima, los Montúfares ejercitaban el transporte de fondos reales en la ruta de Quito a Cartagena, lo que les daba oportunidad de comerciar y contrabandear en el dilatado territorio comprendido entre ambas ciudades. 
Ellos también competían por el liderazgo del patriciado quiteño, desde que unos y otros adhirieron a la idea de Patria Criolla, iniciada por los estudios geográficos de don Pedro Vicente Maldonado y abonada luego por los estudios históricos del padre Velasco, las reflexiones económicas de don Miguel Gijón y los escritos científicos, literarios y patrióticos del doctor Espejo. Y ello se reforzó, en el caso de los Sánchez, con el viaje del Marqués de Villa–Orellana a Europa, donde su tío Miguel Gijón lo relacionó con Voltaire y los filósofos enciclopedistas franceses, y, en el caso de los Montúfar, con los viajes del segundo Marqués de Selva Alegre a Bogotá, donde se relacionó con Antonio Nariño y los miembros de la logia “El Arcano Sublime de la Filantropía”, en compañía del doctor Espejo. 
Aquella serie de similitudes sociales, económicas e intelectuales determinó que entre ambas familias surgiera una creciente emulación e incluso rivalidad, que, en última instancia, se orientaba a disputar la influencia sobre las autoridades coloniales, en busca de controlar en su favor los negocios públicos. Tal situación se agravó luego, por causa de las acciones de los bandos socio–políticos que se habían constituido alrededor de cada una de ellas. Apoyando a los Sánchez de Orellana estaban sus parientes y relacionados, entre los cuales destacaba don Nicolás de la Peña, nieto del sabio Maldonado y descendiente de los Marqueses de Lises. De modo igual, junto a los Montúfares estaban los Larrea, los Villavicencio y otros numerosos parientes y asociados. 
Esa sorda rivalidad se manifestó públicamente en 1794, con motivo de la tremebunda denuncia que el partido  "montufarista" elevó al rey, en contra del Presidente de la Audiencia de Quito, el brigadier general Luis Muñoz de Guzmán, y sus protegidos del partido "sanchista". Como hemos relatado en otro escrito,12 tal denuncia llevaba la firma de don Juan Antonio Domínguez y don Joaquín Donoso, regidores del cabildo de Quito.
Entre otras afirmaciones, los denunciantes sostenían que la nobleza quiteña vivía en constante temor por causa de la opresión y ofensas que sufrían de parte del presidente y ministros de la Audiencia, "a quienes -decían- rodea una turba de aduladores criminosos".13 Acusaban también que había sido electo para Alcalde de la ciudad y después para Rector de la Universidad, por presión del Presidente, el Marqués de Villa–Orellana,14 "quien debe crecidas sumas a particulares y nadie se determina a demandarle por el notorio favor que logra con el referido Gefe, a quien obsequia convidándolo frecuentemente a sus haciendas".15 En fin, sostenían que el presidente Muñoz otorgaba su protección a don Nicolás de la Peña, de quien decían que vivía "en un concubinato público con Rosa de Cánobas... y además es jugador de genio arrebatado y rencilloso; pero como asiste a la tertulia del Presidente y juega en ella con frecuencia, experimenta la referida protección".16
En los primeros años del siglo XIX, la rivalidad entre los Montúfares y los Sánchez de Orellana creció como la espuma y el motivo fue el apetito que se destapó en los primeros por el negocio de la quina o cascarilla, que hasta entonces habían manejado los segundos y un tío suyo, el rico obrajero y hacendado otavaleño don Miguel Gijón y León. Pero mientras su pariente, el Marqués de Villa–Orellana, se limitaba a explotar cascarilla en el sur de la Audiencia de Quito para trasladarla al Perú y negociarla ahí, Gijón había ampliado el horizonte del negocio familiar, al viajar a España con un cargamento de quinas y venderlas en el mercado europeo, lo que le produjo una gran utilidad. A partir de entonces, Gijón y sus parientes Sánchez de Orellana negociaron directamente sus quinas en Europa, obteniendo enormes utilidades y motivando el ya citado viaje de don Jacinto Sánchez al Viejo Continente. Es más: el asunto permitió a Gijón descubrir las claves del comercio internacional y, a partir de ello, teorizar sobre la necesidad del libre comercio entre España y sus colonias, en conferencias que leyó en la Sociedad de Amigos del País, de Madrid, y en memoriales que elevó al Ministro Universal de Indias, Vizconde de Campomanes, los que contribuyeron a la expedición de las normas de libre comercio de 1778 y 1782. Y todo ello contribuyó, finalmente, a que el rey otorgara a Gijón los títulos de Vizconde de la Carolina y Conde de Casa Gijón.
Naturalmente, todo ello generó la envidia de los Montúfares, que, de acuerdo al sistema de influencia y valimiento existente en las colonias, debieron esperar a que hubiera un gobierno amigo suyo para buscar similares beneficios. Ese gobierno fue el del Barón de Carondelet (1797–1806), durante el cual los Montúfares se convirtieron en los amigos predilectos y protegidos del Presidente de Quito, con cuyo favor lograron monopolizar el transporte de fondos reales (“situados”) entre Quito y Cartagena, asunto que, a su vez,  les dio ocasión de comerciar en esa ruta en condiciones de privilegio.
Es en ese marco de rivalidades familiares que debe interpretarse el proyecto que tuvo el segundo Marqués de Selva Alegre, don Juan Pío Montúfar y Larrea, de obtener un monopolio oficial para la explotación de la cascarilla de Quito e instalarse luego en España, para montar un gran negocio internacional de este producto. El asunto fue revelado hace unos años por el historiador peruano Teodoro Hampe Martínez, en un artículo titulado “El quiteño compañero de Humboldt. Carlos Montúfar y Larrea (1780-1816)”, en el que incluyó el texto de una carta de Carlos Montúfar a Humboldt, de 8 de mayo de 1806, en la que le expresa:

“En una que escribí a V. hace muchos meses le incluí una de mi padre en la que le hablaba a V. sobre su proyecto de venir a establecerse en España después de dejar entablado su comercio de quinas. No se lo repito a V. porque si las cartas han llegado a su poder, como lo creo, estará enterado de sus proyectos. ... El proyecto de las quinas dejaría utilidades grandísimas, pues no teniendo sino mi padre la permisión, y siendo las de Loja las mejores quinas (como V. sabe), serían las que tendrían más pronta salida aquí. Pero la guerra nos arruina y nos impide el ejecutar este cálculo, pues para ahora creo tendrá mucha parte encajonada y si la guerra (como es probable) dura mucho, se perderá todo. Espero me haga V. el favor de contestarme sobre este particular, para hacerlo yo a mi padre.”

Para entonces, Miguel Gijón había muerto, en medio de la persecución inquisitorial, tras regresar a su país e intentar un gran proyecto de desarrollo industrial, con modernas maquinarias textiles, y otro gran proyecto minero, con maquinaria alemana expresamente construida para el efecto. También había muerto su sobrino don Clemente Sánchez, primer Marqués de Villa–Orellana y gran empresario exportador de la cascarilla, con lo cual el negocio de este específico contra la malaria se hallaba abierto a la participación de nuevos empresarios. Ese fue, pues, el espacio de negocios que el II Marqués de Selva Alegre buscó ocupar a comienzos del siglo XIX, aunque no bajo las reglas del libre comercio, como lo habían buscado Gijón y Sánchez de Orellana, sino bajo los beneficios de un monopolio privado montado con autorización y protección oficial.
Pese a esa rivalidad política y de negocios entre esos dos clanes criollos, una vez llegada de hora de la insurgencia patriótica ambos bandos compartieron el sueño de un país independiente y liberado del dominio chapetón, que empezó a perfilarse tras la muerte del Barón de Carondelet, el 10 de agosto de 1806. 
Hasta entonces, como hemos visto por la carta antecedente, don Juan Pío Montúfar soñaba todavía con acrecentar sus negocios bajo la protección del poder español y con trasladarse a vivir en España, para sacarles mejor provecho a sus cascarillas. Pero la invasión napoleónica a Portugal y el consecuente bloqueo británico a España arruinaron sus planes de exportación, que colapsaron del todo con la muerte de su amigo y protector, el Barón de Carondelet. Ello lo llevó a replantear sus perspectivas políticas y a buscar una aproximación con el bando más radical del criollismo. Fue sin duda una hábil jugada política, que lo puso en el centro de los acontecimientos. Así, en agosto de 1809, una vez formada la Junta Soberana de Quito, el II Marqués de Selva Alegre fue designado Presidente de ella, mientras que don Jacinto Sánchez de Orellana, segundo Marqués de Villa–Orellana fue nombrado Diputado por el barrio de San Roque. 
Empero, poco después afloraron de nuevo las graves diferencias entre ambos clanes quiteños. Mientras Juan Pío Montúfar aparentemente prefería establecer una monarquía criolla, al estilo de la que luego se concretaría en Nueva España con el Imperio Mexicano de Iturbide, los Sánchez de Orellana se radicalizaron y llegaron a impulsar un proyecto independentista y republicano,17 pese a que ello podía significarles la extinción de sus títulos nobiliarios. 
La ya abierta rivalidad entre “sanchistas” y “montufaristas” se agravó con el tiempo. Durante la segunda sublevación quiteña (1810–1812), los “sanchistas” se pusieron al frente del bando radical, que en 1812 desbordó la autoridad de los Montúfares, los derrocó del mando e instauró una suerte de democracia popular, asentada en la continua convocatoria de Cabildos abiertos. Mientras ese nuevo gobierno adelantaba preparativos para la continuación de la guerra de independencia, la masa popular buscó cobrar venganza de los crímenes cometidos por los realistas. Así, el conde Ruiz de Castilla fue muerto a cuchilladas por una poblada y su cadáver arrastrado por las calles de Quito. Luego fue ahorcado el oidor Felipe Fuertes Amar. Y finalmente fueron fusilados los criollos realistas don Pedro Calisto y Muñoz y su hijo Nicolás Calisto y Borja, la noche del 29 de octubre de 1812, tras ser condenados a muerte, en juicio sumarísimo, por un tribunal popular dirigido por los “sanchistas” Nicolás de la Peña, Joaquín Mancheno y Baltazar Pontón.18
En el marco de ese abierto enfrentamiento político, el partido “sanchista” acusó al Comisionado Regio, don Carlos Montúfar, de manejarse con debilidad frente a los enemigos realistas y uno de sus líderes, Joaquín Mancheno, se le enfrentó públicamente en la propia casa de gobierno . A partir de ese momento, las fuerzas republicanas dirigidas por el coronel Francisco Calderón se desmarcaron de la obediencia a Montúfar y llevaron la guerra de independencia por su propia cuenta, bajo el liderazgo político del Marqués de Villa Orellana y su hijo, don José Sánchez y Cabezas. Y fueron ellos quienes resistieron hasta el final a las tropas del “Pacificador” Toribio Montes, con quienes se enfrentaron en San Antonio de Ibarra, el 2 de diciembre de 1812, en el último combate de esa campaña. Por desgracia, resultaron derrotados y sus jefes militares, con Calderón a la cabeza, fueron fusilados de inmediato por los vencedores. Sólo lograron huir Nicolás de la Peña y su esposa, Rosa Zárate, que tiempo después fueron capturados en Esmeraldas y ejecutados por las autoridades españolas. Sus cabezas, puestas en jaulas de hierro, fueron colgadas a la vista pública, para escarmiento de los vencidos y advertencia a los potenciales rebeldes. Con ello concluyó esa primera guerra de independencia y llegaron a su ocaso los sueños republicanos del segundo Marqués de Villa–Orellana y sus seguidores “sanchistas”.
Creemos útil precisar que este personaje, don Jacinto Sánchez de Orellana, ingresó en el Colegio de Abogados en 1773, luego de graduarse en la Universidad de San Gregorio. En 1794 fue nombrado Rector de la Real y Pública Universidad de Santo Tomás de Aquino. En 1809 fue vocal de la Junta Soberana de Quito, en calidad de diputado del barrio de San Roque. Durante la segunda revolución, firmó por la nobleza quiteña y fue uno de los diputados que aprobó la Constitución quiteña de 1812. Ese mismo año dirigió una “revolución dentro de la revolución”, por la que los Montúfares fueron defenestrados del mando y asumió la conducción de la insurgencia el bando más radical de ella. Empero, al finalizar el año, las tropas que estaban bajo su autoridad y que eran comandadas por el coronel Francisco Calderón, fueron derrotadas en Ibarra por las fuerzas realistas que comandaba el “Pacificador” Juan Sámano y el marqués fue encarcelado y enjuiciado bajo la acusación de ser una de las cabezas de la revolución quiteña. En el Auto Cabeza de Proceso, el presidente Toribio Montes afirmó:

“Es público y notorio que el Marqués de Villa Orellana, don Jacinto Sánchez, con su hijo, don José Sánchez y Cabezas, han tomado con el mayor empeño el criminal proyecto de revolver a sus habitantes, levantándolos en peso para que, erigido un Gobierno contra las leyes fundamentales de la Monarquía, tomasen sus gentes las armas contra el Rey y contra sus magistrados que a su nombre gobernaban esta Provincia, notándose que los nominados Marqués y su hijo, desde la primera Junta establecida el diez de agosto de mil ochocientos nueve, constituidos representantes, y puestos en los primeros empleos civiles y militares, no han cesado de mantener este vecindario con su Provincia en un movimiento continuado, levantando tropas revoltosas y de todos modos delincuentes, para que resistan el ingreso de las Reales ..., disponiendo expediciones militares para forzar la justa opinión de las Provincias de Cuenca y Pasto, ... y teniendo turbada la raíz de este vecindario con la insubordinación, anarquía, desorden e insolencia de los Populares...”

Más adelante, el auto precisaba que el marqués, con ayuda de su citado hijo, tomó la dirección de la causa insurgente 

“después que las Tropas rebeldes, en las que hacía de caudillo, fueron miserablemente derrotadas en el Cerro del Panecillo, (tras lo cual) por argumento concluyente, y prueba nada equívoca de su obstinación, se retiraron (ambos) al partido de la villa de Ibarra, donde el primero se erigió de Presidente del falso Gobierno, revolviendo igualmente las gentes de aquella vecindad y disponiendo nuevo ataque contra las Tropas Reales, que se realizó con mucha efusión de sangre, en el que también fueron derrotados dichos rebeldes...”

Tras la derrota, el marqués y su hijo fueron apresados en Ibarra por el brigadier Sámano y trasladados como prisioneros a Quito, donde se les enjuició como reos de Estado. Finalmente, por Real Orden de 7 de junio de 1816, se ordenó su envío a España bajo registro, aunque el viejo marqués, que ya frisaba los sesenta años, no llegó a ser desterrado, puesto que falleció poco después en Quito.19 En cuanto a su hijo, las autoridades le conmutaron el destierro por la prisión en su ciudad natal.
El que si llegó a sufrir pena de destierro fue el archirival de los Sánchez, don Juan Pío Montúfar, segundo Marqués de Selva Alegre, quien fue enviado bajo custodia a España en 1816, falleciendo tres años después en Alcalá de Guadaira, un pueblo andaluz del distrito de Sevilla.20
Una década más tarde, durante la segunda guerra de independencia, el general Antonio José de Sucre recibió el apoyo y amistad del Marqués de Solanda, don Felipe Carcelén y Sánchez de Orellana, con cuya hija, Mariana, se comprometió entonces en matrimonio. Ese enlace se realizó finalmente el 16 de abril de 1828, mediante un matrimonio por poder, en el que el mariscal Sucre, entonces Presidente de Bolivia, fue representado por su amigo quiteño coronel Vicente Aguirre. 
Sin sucesores en el Ecuador, el Marquesado de Solanda se radicó en España, a través de la línea de los Ramírez de Arellano. En la actualidad es titular del mismo don Francisco Fernández de Tejada Echeverría, quien heredó el título por Real Orden de 25 de marzo de 1999, motivada en el fallecimiento de su padre, don Francisco Fernández de Tejada y Ramírez de Arellano. 
Por su parte, el Marquesado de Villa–Orellana no tuvo más que los dos titulares antes mencionados, esto es, don Clemente Sánchez de Orellana y Riofrío y su hijo el doctor Jacinto Sánchez de Orellana. Don José Sánchez de Orellana y Cabezas, hijo mayor de este último, intentó en 1817 ser reconocido como heredero del título, pero halló resistencias por su condición de insurgente. Finalmente falleció en 1818, con lo cual el marquesado quedó sin pretendiente y luego se extinguió con la instauración de la república. 
Una hija de este personaje, doña María del Carmen Sánchez y Carrión, fue madre de Rafael Bustamante y Sánchez y abuela del escritor y estadista José Rafael Bustamante Cevallos,21 quien desempeñara varias altas funciones públicas, entre ellas las de Vicepresidente de la República y Presidente del Congreso Nacional durante el gobierno de Carlos Julio Arosemena Tola (1948). Bustamante fue  también Decano fundador de la Facultad de Filosofía de la Universidad Central y Director Vitalicio  de la Academia Ecuatoriana de la Lengua. 
Con ello, la prosapia republicana sustituyó a la prosapia colonial, en lo que constituyó todo un símbolo de los nuevos tiempos.




      Notas:

        1. “Relación de méritos y servicios del Marqués de Villa–Orellana. AGI, Quito, leg. 224.
        2. AGI, Quito, leg. 224.
        3. Ibid.
        4. “Relación...”, citada.
       5. Ricardo Ordóñez Chiriboga, “La herencia sefardita en la Provincia de Loja”, Ediciones  de la casa de la Cultura Ecuatoriana, Quito, 2005, pág. 204.
        6. “Relación...”, citada.
        7. “Relación de los méritos y circunstancias del doctor Antonio Sánchez de Orellana y Chiriboga”, AGI, Quito, 296.
        8. AGI, Quito, leg. 224.
        9. Ver: Jorge Núñez, “Historias del país de Quito”, Eskeletra Editorial, Quito,  1999, págs. 113–114. y 187–192.
         10. Antes de llegar al más alto cargo del país, don Fernando Félix, que era abogado y tenía el grado militar de maestre de campo, fue teniente de corregidor y justicia mayor de Quito, en tanto que su hermano Antonio Justo, era alcalde provincial de la Santa Hermandad del asiento y distrito de Latacunga, y su otro hermano, Manuel Ambrosio, de profesión cura, era prebendado de la catedral de Quito.
       11. Era quiteño de nacimiento e hijo del capitán Jacinto Sánchez de Orellana y Ramírez de Arellano, natural de Zaruma, y de la dama española Teresa de Riofrío, natural de Segovia.
       12. “Las denuncias políticas”, en “Historias del país de Quito”, Eskeletra Editorial, Quito, 1998.
       13. “Representación reservada que don Juan Antonio Domínguez y don Joaquín Donoso,  Regidores del Ayuntamiento de Quito,  hacen el rey de España”; Quito, 21 de noviembre de 1793. AGI, Quito, L. 234.
       14. La denuncia se refería al doctor Jacinto Sánchez de Orellana, segundo Marqués de Villa Orellana.
       15. “Representación reservada...”.
       16. Id.
       17. Uno de los historiadores que apoyan esta apreciación es Christian Büschges, en su obra “Familie, Ehre and Macht” (“Familia, honor y poder. Concepto y realidad social de la nobleza quiteña, 1765–1822), Stuttgart: Franz Steiner Verlag 1996, págs. 231–232. (Ver: Teodoro Hampe Martínez, “El quiteño compañero de Humboldt”, El Comercio, Lima, 2002.
       18. “Los principales autores de aquella desgraciada escena fueron don Nicolás de la Peña y don Baltazar Pontón, (quienes) han fallecido, el primero pasado por las armas, y el segundo entre las montañas a donde se había conducido por refugio”. Carta de Toribio Montes, Presidente de Quito, al Secretario de Estado y del Despacho Universal de Indias; Quito, a 7 de abril de 1816.
       19. Mayor información en: Eric Beerman, “Eugenio Espejo y la Sociedad Económica de Amigos del País, de Quito”, art. incl. en: “Eugenio Espejo y el pensamiento precursor de la independencia”, Jorge Núñez Sánchez editor,  Ediciones ADHILAC, Quito, 1992.
      20. Ibid.
      21.sEntre otras obras, fue autor de la novela “Para matar el gusano”.

Comentarios

Entradas populares de este blog

EL TERREMOTO DE 1797

ANDRÉS BELLO Y LA DEFENSA DEL CASTELLANO DE AMÉRICA